miércoles, 8 de febrero de 2012

Capítulo 1: A


Capítulo 1.
A

Por fin febrero, no sabes cuanto tiempo he estado esperando por este mes…

El cielo estaba despejado y hacía un buen tiempo para salir a dar un paseo. Pero desgraciadamente los estudiantes no se podían dar el lujo de pensar así debido a que se veían obligados a poner atención a la clase de su respectivo maestro. Sólo había un grupo que había corrido con la suerte de que se le hiciera tarde a su profesor, situación que no desperdiciaron, así que en un pequeño lapso de tiempo  cada quien ya se encontraba con su grupo de amigos platicando animadamente.

El aula no era especialmente grande pero tampoco chica, estaba hecha a la medida, por así decirlo. Las ventanas se encontraban abiertas para que todos dentro del salón pudieran disfrutar de un poco de aire fresco y la pizarra de avisos se encontraba llena de papeles pegados con mensajitos o dibujos como de costumbre para que todos los pudieran ver.  Las hileras de bancas que momentos antes se encontraban perfectamente alineadas para que se pudiera tener una vista al frente, ahora se encontraban un poco fuera de su lugar con uno que otro chico sentado encima de ellas. Y por supuesto, no podía faltar el escritorio del profesor repleto de alumnos sentados en él viendo al resto de la clase ya que estaba ubicado al frente de todo el salón con el smartboard a sus espaldas.

En la segunda fila, de derecha a izquierda, se encontraban dos chicas un poco separadas de los otros grupos de chicos. Una de ellas tenía una dorada cabellera que le caía en caireles hasta llegar a la mitad de su espalda y, para agregar, también era dueña de unos ojos azules que en esos momentos eran resaltados por sus pestañas con rímel, cosa que la hacía ver increíblemente bella. En cambio, la otra chica poseía una lacia cabellera de un rubio cobrizo algo difícil de encontrar pero que hacía una perfecta combinación con su par de ojos de una tonalidad griseasca pálida que se   asemejaba a una nube en un día lluvioso. Como era de esperarse su belleza era similar a la de su acompañante, juntas podían hacer que cualquier hombre cayera a su pies si eso quisieran.

Azeneth, Azeneth —llamaba Anabelle a su mejor amiga mientras la sacudía levemente por los hombros haciendo que su rubia cabellera ondeara levemente en el aire. Había estado intentando captar la atención de la chica por un largo tiempo pero parecía que la mente de la ya mencionada estaba en cualquier lugar menos allí—. ¡Azeneth! —se vio obligada a gritar chasqueando sus dedos enfrente del rostro de la joven de hebras anaranjadas. Éste acto causó que varios compañeros y compañeras de su clase se voltearan a verlas o que hicieran una pequeña mueca de molestia ante el volumen de voz de Anabelle.

—No tienes que gritar, Belle —le reclamó Azeneth a su amiga, Belle era como ella le llamaba a Anabelle. Después de varios años de amistad encontró un modo de acortar su nombre sin que se oyera raro. Azeneth por fin volvió al mundo real donde se suponía que debía de haber estado hacía más de cinco minutos—. Sí te escuché.

—Entonces dime que dije —se cruzó de brazos mirándola fijamente con ese par de zafiros que poseía como ojos.

—Estabas diciendo que… —el volumen de su voz se fue disminuyendo hasta que se quedó callada, la verdad era que no había estado poniendo atención a lo que su amiga le había estado diciendo. Alguien más era el dueño de sus pensamientos en esos momentos, se podía leer claramente en su par de ojos grises.

—Bueno, ya que —prosiguió Belle restándole importancia al pequeño percance—. Como te estaba contando, faltan cuatro días para San Valentín y todavía no sé que darle a Mathias. Es nuestro primer Día de los Enamorados juntos y quiero que sea especial.

—También es el Día de la Amistad.

—No importa, eso es una excusa para los que no tienen pareja. Hay más días en el año para que pueden celebrar la amistad —dijo haciendo un movimiento con su mano indicando que poco le importaba.
Azeneth sólo se quedó callada alzando una ceja, ella no tenía pareja y no usaba ese día como una excusa para agregar la amistad a la lista y así no sentirse sola como la rubia lo había insinuado. Anabelle, al notar la expresión facial de su amiga se dio cuenta del error que había cometido.

—Um… Y-yo me refería que… —intentó balbucear una explicación razonable pero simplemente no pudo—. Encontrarás a alguien —por fin dijo la muchacha con un rubor en sus mejillas a causa de la vergüenza.

—Tranquila, pero es una pena que no te daré el perfume que te había comprado –dijo riendo mientras se encogía de hombros—, al fin y al cabo hay más días en los que te lo puedo dar y mientras tanto yo lo puedo usar. Lástima que era la edición limitada —se vengó muy divertida del comentario que Belle había hecho.

— ¡Oye! —dijo dándole un pequeño empujoncito pero al final se unió a sus risas que fueron interrumpidas cuando el maestro de historia, Mr. Hyde, ordenó a todos que guardaran silencio y regresaran a sus respectivos lugares. Así fue como todo el grupo hizo lo que el profesor indicó y el orden volvió a reinar en aquella aula.

Los cuarenta y cinco minutos de clase se pasaron algo lentos al tener que copiar las diapositivas de PowerPoint que el Mr. Hyde iba pasando en el smartboard. La clase transcurrió amenamente sin mayores interrupciones más que alguien siendo descubierto usando su celular mientras mandaba un mensaje o una que otra risilla ante una de las palabras rimbombantes que el profesor siempre usaba. Y ni con eso la mente de Azeneth podía dejar de recordar el rostro de Aaron quien de seguro se encontraba en clase de deportes en ese momento. Sus ojos negros como la turmalina se rehusaba a abandonar la mente de la chica, con tal sólo pensar en él, o algo relacionado con el muchacho, sentía que el oxígeno de donde se encontraba no era suficiente. Nunca antes había experimentado el dulce sentimiento de mariposas en el estómago al pensar en él o verlo. No cabía duda de que estaba profundamente enamorada.

Toda la clase sólo copiaba mecánicamente por lo que antes de que se diera cuenta, la clase ya había terminado. Azeneth recogió sus cosas y caminó con Anabelle hacia sus casilleros.

—Juro que no quiero volver a oír nada que tenga que ver con conquistas durante el resto del día —se quejó la de ojos azulados como el mar en un día despejado.  Para tener tan sólo dieciséis años era bastante agraciada al igual que la chica que la acompañaba, por eso se le hacía raro a Anabelle que su amiga todavía no tuviera novio.

Los pasillos del Instituto Ebonee estaban casi desiertos como era de esperarse un martes. Era obvio que al sonar el timbre de salida todos se irían del colegio como alma perseguida por el diablo. Pocos estaban dispuestos a pasar más tiempo en aquel lugar fuera de las ocho horas que debían de soportar por reglamento y obligación. Por esa razón, después de un transcurso de cinco a diez minutos era raro encontrarse a un alumno por los pasillos o en los salones.

—Ya somos dos, amiga —apoyó la otra poniendo la clave del candando de su casillero hasta que lo abrió sacando su libro preferido para llevárselo a casa—. Agradece que la clase de historia haya sido hasta la última hora. Ahora podremos ir a casa a disfrutar nuestra noche de martes.

—Tienes razón, no podría haber soportado otra hora —suspiró pesadamente Belle acomodando su mochila en su hombro—.  Y hablando de esta noche… Quedé de salir con Mathias al cine, perdón. Sé muy bien que las amigas no deben cambiarse por un novio pero es que él me lo pidió primero y no tuve tiempo para decírtelo. Pero, en compensación puedes ir con nosotros.

—No te preocupes, Anabelle Reclove. Lo entiendo. Pero prefiero no ir, ya sabes como dicen: tres son multitud.

—Eres la mejor —dijo la de iris azulados a su amiga envolviéndola en un fuerte abrazo por unos segundos antes de dejarla ir—. Déjame ver qué libro lees ahora —dijo y tomó el libro de las manos de su amiga sin siquiera esperar a que le diera una respuesta.  Era obvio que eran mejores amigas que ya prácticamente se consideraban como hermanas.

— ¡Espera! —intentó detener aquel temporal robo pero su compañera alzó el libro con una mano causando que un sobre cayera en un golpe mudo. Ambas chicas les llamó la atención ese pedacito de papel y, antes de que su acompañante pudiera hacer algo, Azeneth se abalanzó  rápidamente sobre él.

— ¿Un sobre? ¿Por qué metiste un sobre en tu libro? —preguntó repleta de curiosidad la amiga de la peli naranja mientras un chico con gorra blanca pasaba por ahí sin ser visto por las chicas quienes estaban más interesadas en el objeto que acababan de encontrar que en el que pasara.

—Si lo supiera ya te hubieras enterado, Belle.

—Ábrelo, debe de decir algo importante si te lo escribieron y no te lo dijeron.

La de cabello rubio cobrizo asintió e hizo caso a lo que su amiga le dijo. Con cuidado de no romper el sobre lo abrió con ayuda de sus uñas que por suerte todavía no se había cortado. En poco tiempo tenía en sus manos lo que parecía un naipe, lo extraño de ello era que en la parte frontal sólo tenía un corazón rojo en el centro con una A debajo de éste sin rastros de que sus demás decoraciones fueran removidas, de seguro era una copia de una carta de póker hecha con el mismo material.  

— ¿Una carta de póker? ¿Desde cuándo te gusta jugar cartas?

—Bien sabes que no juego cartas, Belle.

— ¿Entonces qué hacía en tu libro preferido?

— No tengo ni la menor idea. ¿Te fijaste en que página venía? —preguntó de repente como si una idea se le hubiera ocurrido.

—Estaba en la misma página que tu separador, pero eso no importa ahorita. ¿Qué es esa carta? ¿Qué significa? ¿Quién la puso ahí? ¿Por qué ese alguien la puso ahí? ¿Crees que nos lleve a una aventura que jamás nos podríamos haber imaginado ni en nuestros más locos sueños? —comenzó a preguntar más de lo que debería y Azeneth la dejó hablar hasta que se cansó. Cuando por fin se calló su amiga, ella se concentró en la carta de póker y la miró por un rato hasta que se le ocurrió ver la parte trasera de ésta.
Al darle la vuelta al naipe vio que contenía la caligrafía definitivamente de un chico, era fácil de saberlo ya que la letra era poco redonda a diferencia de la de una chica y un poco chueca añadiendo que era apenas legible.

Azeneth se quedó viendo el papel sin leerlo, de un momento a otro su mente fue invadida por imágenes de Aaron y, pensó en la posibilidades que pudo haber sido el quien mandó la carta o también pudo haber sido cualquier otro chico cuyo nombre empezaba con la primera letra del abecedario. Sabía que las posibilidades de que fuera era él era pocas pero no imposibles,  agregando que un pedacito de su corazón anhelaba que él fuera el autor de aquella muestra de timidez pero a la vez de amor. Hoy en día es difícil encontrar a chicos que hagan tal cosa por la chica que les quita el sueño y se adueña de todo su ser.

Como nunca antes había recibido una carta de amor, su primera reacción fue no saber que hacer. Se quedó quieta por un rato sintiendo como la sangre se le subía a las mejillas hasta que lentamente enfocó su mirada hacia el trozo de papel que sostenía en sus manos y se dio cuenta que temblaba levemente sin saber si era por la emoción o por los nervios.

Primero trató de recordar como se leía y una vez que lo consiguió comenzó a leer la carta, la cual decía así:

A
A una conquistadora te asemejas, por que has conquistado mi corazón poniendo la bandera del amor en él. Tanto tiempo viviendo en paz hasta que llegaste tú y sin saber cómo defenderme de éste vil sentimiento no pude más que dejarme llevar por él. Y ahora estoy aquí tratando de descifrar cómo es posible que una persona se pueda volver tu mundo con tan sólo una mirada y aún así no atreverte a decírselo en la cara.
Atte.: Tu enamorado.

—Azeneth,  ¿qué dice?

La única respuesta que Belle recibió fue un silencio pero después de un rato Azeneth logró encontrar las palabras para hablar.

—Anabelle… me han escrito una carta de amor —fue lo único que logró decir sin despegar la vista del papel que con trabajo sostenía en sus manos. Por un momento el tiempo se detuvo y sólo existió ella y el naipe. Su cara en esos momentos se encontraba compitiendo con el color rojo de un tomate y sin darse cuenta una sonrisa se había formado en sus labios. Quien quiera que le hubiera escrito esa carta la había logrado cautivar.

—Sabía que por ahí había alguien, esperemos que sea Aaron quien te la escribió. Se ven tan lindos junto —comentó con un aire soñador Anabelle.

—Yo también espero que sea él —admitió Azeneth llevándose la carta al pecho como intentando protegerla de alguien y al mismo tiempo esconder su contenido para que sólo fuera dedicado a ella.

De repente, el celular de Anabelle comenzó a sonar y cuando vio la pantalla reconoció el número como el de su madre, quien le había mandado un mensaje así que lo leyó rápidamente.

—Será mejor que vuelva a casa pronto, creo que ya se me hizo un poquito tarde —tomó sus cosas rápidamente amontonándolas en su mochila y comenzó a caminar hacia la salida.

—Claro, nos vemos mañana en la escuela —se despidió alzando un poco la voz para que la pudiera escuchar. Una vez que su amiga se fue guardó sus cosas, cerró su casillero y con su confesión escrita se fue caminando a casa.

♥♥♥♥

El trayecto de la escuela a su casa no era muy largo, a lo mucho eran cinco minutos caminando. Esa tarde estaba especialmente cálida con una suave briza que ondeaba un poco la cabellera de Azeneth como si le pidiera que jugaran, al parecer el clima estaba del mismo humor que ella.

—Aaron… ¿podría ser que fuiste tú quien me mando el sobre? —tuvo que decirlo en voz alta para que por fin esa pregunta pudiera salir de su mente. Desde que Anabelle se había ido esa preguntaba había estado rondando en su cabeza.

Y como si el Cielo le mandara una respuesta a su pregunta su celular empezó a sonar con una dulce melodía, compuesta por Yiruma, que indicaba que había recibido un mensaje. Ante esto la chica soltó un pequeño grito ya que la había tomado totalmente desprevenida pero sin querer esperar más sacó su celular de su mochila y leyó el mensaje. El número telefónico del que había sido enviado se lo marcaba como desconocido pero para ella no le era tan desconocido ya que el remitente era el mismo quien había dejado la carta de póker en su libro. El mensaje lo decía todo.

El naipe fue el primero de cuatro. Sólo espéralos por que una parte de mí se irá con ellos para siempre poder estar a tu lado.
Atte.: Tu enamorado.

Era corto pero con las palabras que ella esperaba escuchar. Así que sin más, siguió su camino y esperó con ansias a que el siguiente día llegara.

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