miércoles, 8 de febrero de 2012

Capítulo 2: M



Capítulo 2.
M

Doce de febrero. Dos días restantes para San Valentín. Dos días restantes para confesar ese sentimiento llamado amor.

Esta vez el grupo de Azeneth y Anabelle no había tenido la suerte de que el profesor se retrasara por lo que su clase comenzó puntual. Lo bueno era que la materia que les tocaba era arte y para todos era un respiro ya que en esa clase podían platicar mientras escuchaban música y trabajan. Como todas las clases se impartían en la misma aula, exceptuando Computación y Laboratorio, no tenían la molestia de andar cambiando de salón a cada rato así que podían jugar o platicar mientras el profesor llegaba al salón de clases.

El salón había terminado igual que el día anterior, un poco desordenado pero pasable. En esos momentos la profesora les había pedido que guardaran silencio por un momento mientras daba un anuncio.

—No olviden comprar su boleto para el Baile de Corazones que se llevará a cabo el viernes catorce de febrero. Espero verlos arreglados —comentó la maestra Cecilia remarcando la última oración mientras miraba a los chicos a los cuales dudaba que los llegara a ver con un traje y bien peinados algo vez en su vida.

Cecilia era una señora de unos cuarenta y seis, cuarenta y siete años a lo mucho. Su pelo castaño, el cual comenzaba a mostrar unas cuantas canas, le llegaba hasta un poco debajo de los hombros pero como siempre lo traía peinado en una coleta alta no se podía apreciar el largo de su cabello, sólo se podía calcular. Su fisionomía era delgada y de estatura promedio. El maquillaje era algo que nunca podía faltar en ella, tal vez por ser artista poseía esa característica, pero no había día en el que sus labios no fueran cubiertos por un labial rojo  y que un delineador no resaltara su par de ojos color avellana.

— ¿No te ha llegado ningún papel, naipe, sobre o algo como lo de ayer? —le preguntó en un susurro Anabelle a su amiga.

Desde que habían llegado a la escuela había examinado y literalmente saqueado el casillero y pertenencias de Azeneth para revisar si no había algo parecido a lo de ayer pero lo único que había encontrado fue nada. Francamente se había desanimado notablemente ya que la clase de arte de la maestra Cecilia era la última del día y todavía su mejor amiga no había recibido algo.

—Aún no, ni un mensaje. Nada.

—Saliendo de clase volveré a revisar tu casillero y… —Belle no pudo continuar debido a que la maestra la interrumpió.

—Señorita Reclove, ¿podría hacernos el favor de decirle a toda la clase lo que estaba explicando? —pidió la señora a la joven estudiante ya que se había dado cuenta que no había estado prestándole atención.

—Usted estaba diciendo que… —su voz tembló un poco y se quedó callada unos segundos mirando de reojo a su amiga en busca de ayuda. Azeneth, quien sí estaba poniendo atención, escribió rápidamente en una hoja de su cuaderno el costo que tendría el boleto, a qué hora sería el baile y unos cuantos detalles más, que era justamente lo que Cecilia se encontraba explicando—, usted estaba diciendo que el costo del boleto sería de treinta pesos por persona y que teníamos que llegar a las siete de la noche al patio para que se nos pudiera tomar una foto con nuestra pareja —dijo un poco más segura, pero sin sonar confiada. Y antes de que la maestra pudiera preguntar otra cosa el timbre sonó salvando a la pobre joven de sufrir un interrogatorio.

—Es hora de irnos —dijo la de ojos plateados a la maestra mientras todos comenzaban a guardar sus cosas y salían del salón. Azeneth tan sólo esperó a que su amiga terminara de guardar sus cosas y una vez que terminó se dirigieron a sus casilleros encontrándose a Mathias, el novio de Anabelle, en el camino.

—Hola —saludó el muchacho a Azeneth y a su novia dándole un breve beso en los labios a la última—, son como uña y mugre, chicas. No hay día en que no las vea juntas —comentó divertido tomando la mano de Belle.

Mathias era capitán del equipo de futbol americano. Tenía el cabello rubio levemente rizado y unos ojos miel que cautivaban a cualquiera. Era alto y se podía decir que era bastante atlético ya que los músculos de su abdomen y brazos resaltaban constantemente con cualquier movimiento. En pocas palabras era guapo aquel muchacho.

—Lo sabemos —contestaron ambas al mismo tiempo mientras reían.

Una vez que llegaron a sus casilleros la de cabellos lacios color rubio cobrizo se encontró con un naipe con el mismo diseño que al de ayer pero en lugar de tener una A tenía una M. La carta de póker se encontraba pegada con un pedazo de cinta adhesiva a su casillero así que la tomó despegándola con cuidado.


— ¡Sabía que te llegaría una cosa hoy! —Exclamó emocionada la de dorados caireles—Ahora léela, léela, léela —insistió hasta que su amiga hizo caso.


Azeneth hizo lo que su amiga le pidió.  Pero antes se puso a pensar por que esta vez tenía una letra diferente, tal vez otra persona le había mandado un mensaje con la misma idea que el primer chico pero desechó la idea ya que el mensaje que había recibido el día anterior expresaba que las cartas de póker debían de ser de sólo una persona.  

Después de pensarlo unos momentos le dio la vuelta al naipe y se dio cuenta que la caligrafía era la misma que la de ayer, así que supuso que las letras debían de significar algo. Sin más comenzó a leer el mensaje que decía así:

M
Me he enamorado tan profundamente de ti que ahora me cuesta distinguir qué cosas hago por ti y cuáles no. Nunca creí que el amor a primera vista existiera, pero ahora, cada vez que pienso como es que te entregué mi corazón, me doy cuenta que con tan sólo una mirada te volviste mi mundo. Y hoy me atrevo a decir que el amor es la cosa más difícil y rara que jamás he conocido pero también he aprendido que es la cosa más maravillosa y bella del mundo. Por eso, aunque sé que no soy poeta, trataré de serlo por mi amada, mi princesa.
Atte.: Tu enamorado.

Y como la primera vez, la piel clara de su rostro hizo un gran contraste con el rubor que invadió sus mejillas conforme iba leyendo cada palara. En ese momento se acordó que hace mucho tiempo una maestra le había dicho que comúnmente la gente no leía todas las palabras de lo que leían pero que cuando leyeran una carta de amor dirigida a ellos sí que leerían todo. Y sí que tenía razón.

—Sabía que iba a reaccionar así de nuevo —le susurró Anabelle a Mathias—. Azeneth, nos iremos adelantando. Tal vez tu príncipe azul llegue pronto —rio suavemente y después se fue a casa de la mano de su novio. En verdad que hacía una linda pareja, ambos se comprendían y a veces tenían una que otra pelea pero nada fuera de lo normal.

Las calles por donde iban pasando estaban tranquilas como de costumbre. No había mucha gente que no te dejara pasar y tampoco estaba demasiado solitario para hacerte dudar que en cualquier momento te fueran a atacar. Sólo pasaba una que otra persona de vez en cuando mientras ambos jóvenes caminaban tomados de la mano. El clima estaba agradable, esa fue una razón para no tomar el autobús.

—El chico debe amarle demasiado —comentó el de ojos miel cruzando una calle con su novia a su lado. Al ver a su alrededor supo que ya estaban a un par de metros de la casa de Anabelle. El tiempo parecía no pasar cuando estaba a su lado, como si sólo existieran ellos dos.

—Lo sé, como tú me amas a mí —dijo divertida la rubia antes de plantarle un breve beso en los labios siendo correspondida por Mathias quien no lo dudó ni dos veces.

—Exacto —concordó con ella una vez que el beso se había terminado. Caminaron un par de metros más y llegaron a la casa de los Reclove.

El hogar de Anabelle era de un tamaño considerable y elegante. La construcción era de dos pisos y de un color blanco. En la entrada había un camino para llegar a la puerta y el césped estaba verde y bien podado, y por supuesto las flores crecían con todo su esplendor. 

—Mejor entra, ya sabes cómo se pone tu padre cuando yo te traigo y llegamos tarde —le susurró sobre los labios a la muchacha, amaba hacer eso. En especial por que las mejillas de Belle se enrojecían notablemente.

—Claro —respondió también en un susurro ella mientras se separaba lentamente sin querer hacerlo.

—Pero antes —dijo tomándola con suavidad por el brazo—, te vendré a recoger a las seis cincuenta antes del Baile de corazones.

—Te estaré esperando —con una linda sonrisa adornando su rostro se despidió con la mano y después entró a su casa.

♥♥♥♥

Por otro lado Azeneth ya había llegado a su casa. Como sus padres no estaban ese día por cuestiones de trabajo y no tenía hermanos comió sola. Una vez que terminó de comer se dirigió a la cocina y lavó su plato mientras leía una y otra vez el contenido del naipe.

—Que sea Aaron quien escribió esto —susurraba quedamente mientras tomaba la carta de póker y subía a su habitación.

La recamara de la joven estaba muy ordenada para ser la de un adolescente. Todos los libros se encontraban acomodados en el librero, no había ropa sucia ni zapatos tirados en el suelo, la cama estaba tendida y el closet estaba cerrado. La cama se encontraba pegada a la ventana la cual daba a la calle, a un lado estaba un escritorio de madera en el cual estaban una laptop y una lamparita y al lado izquierdo de la puerta del baño se encontraba el librero mientras que el closet se encontraba en la esquina derecha junto a su tocador.

Al entrar a su habitación, la de ojos color plata se dejó caer en su cama y se puso a escuchar música la cual se vio obligada a ponerle pausa debido a que su celular comenzó a sonar. Le había llegado un mensaje y antes de revisar de quien era lo supo. Era el chico misterioso que le mandaba los mensajes por medio de naipes.

Esta vez el mensaje que le había llegado decía:

Espero te haya gustado lo que decía el naipe de hoy por que esos son mis sentimientos por ti. No olvides que tu nombre está escrito en mi corazón. Espera el de mañana.
Atte.: Tu enamorado.

Y por segunda vez  en el día, sonrió al leer lo que él le había escrito.

—Espero algún día llegar a conocerte —dejó el segundo naipe encima de su escritorio junto al primero antes de acostarse en su cama y caer en los brazos de Morfeo.

Todavía no era de noche pero quería soñar e imaginarse al dueño de tan dulces palabras, que esperaba a que fuera su adorado Aaron.

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